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Alertan de la necesidad de reducir el consumo de productos de origen cárnico y el desperdicio alimentario en España

La crisis medioambiental y la salud de las personas se encuentran muy relacionada con el sistema de producción de alimentos. Esto ha quedado claro hoy en las diferentes conferencias ofrecidas en las jornadas “Cap a una alimentació sostenible i saludable; Recuperant la Sobirania Alimentària a la província de Castelló”, en la Facultat de Ciències Jurídiques i Econòmiques de la Universitat Jaume I.

Un encuentro entre el mundo académico, personas productoras y consumidoras, organizado por Fundació Novessendes y financiado por la Generalitat Valenciana, para visibilizar y potenciar el sector agroecológico local en el marco de la estrategia europea De la granja a la mesa. El programa comprendió conferencias, charlas y talleres de cocina.

La conferencia sobre el impacto de la agroecología en la salud estuvo a cargo de la Catedrática de la Universitat Politècnica de València María Dolores Raigón, quien alertó de tres necesidades urgentes: transformar el sistema agroalimentario hacia uno 100 por cien ecológico; reducir 27 consumo de productos de origen ganadero; disminuir 50% de desperdicio alimentario.

“Una sociedad que se permite tirar el 33% de lo que se produce es una locura”, exclama Dolores Raigón. Se refería a la sociedad española, que se permite derrochar un tercio de la producción alimentaria, lo cual implica disipar el trabajo de las personas productoras, energía, inversión, recursos…

La necesidad de virar hacia un sistema agroalimentario totalmente ecológico se explica por la crisis en de tres dimensiones íntimamente relacionadas con la salud del planeta pero también con la individual. “Primero, la reducción de la biodiversidad, estamos perdiendo especies; el ciclo del nitrógeno y el cicló del fósforo; son dimensiones en la que la producción de alimentos está tremendamente implicada”, señala Raigón.

Según expone Lola Raigón, los países enriquecidos padecen obesidad y enfermedades asociadas a la alimentación, relacionadas con el sistema de distribución y producción de los alimentos. Mientras que en los países pobres no alcanzan a cubrir las necesidades energéticas.

El exceso de nitrógeno que se aplica como fertilizante para conseguir mayor producción y más alimentos proteínicos, de los cuales, aclara, hay un exceso en los países del norte, tiene consecuencias negativas. “Pretender que una lechuga tenga más proteína, es una locura. Si le metemos más nitrógeno, esta sustancia termina contaminando los acuíferos, porque la diferencia que no absorbe la planta va a la contaminación. ¿Y quién va a pagar la contaminación del mar menor?”, se pregunta Dolores Raigón.

Según la catedrática, los alimentos de la industria convencional contienen carga energética alta, sobre todo de calorías vacías, es decir, pobres a nivel nutritivo. “Son alimentos con alto contenido de hidratos de carbono refinados y grasas saturadas, cuyas materias primas necesitan de sistemas productivos intensivos y contaminantes”, asegura.

Por otra parte, a diferencia de los alimentos ecológicos que tienen prohibido el uso de sustancias químicas, los convencionales contienen una alta carga química. “Hay estudios que demuestra que los niños y las niñas que consumen alimentos ecológicos excretan por la orina hasta nueve veces menos pesticidas que los que consumen alimentos convencionales”, precisa la catedrática.

Otro ejemplo es el del trigo, que, al recibir más nitrógenos, aumenta la cantidad de proteínas en la planta, sobre todo, de gliadina, la proteína del gluten. “Por tanto, se incrementa la enfermedad celíaca, y así, un problema productivo se convierte en un problema de salud”. Demuestra Raigón.

El precio de producir para consumir como demandan los países enriquecidos, a medio plaza sale caro. “La producción convencional genera productos a costa del suelo, de demandar una gran cantidad de energía y minimizar la biodiversidad”, explica Raigón. De hecho, añade, “el sector agroalimentario es el responsable del 37% de gases de efecto invernadero”.

Mientras, la producción agroecológica consigue excelentes resultados de una forma equilibrada, sin contaminar y respetando el entorno medioambiental pero también social. Se trata de un sistema holístico que no se centra sólo en el alimento sino también en cómo se produce, quiénes lo hace, cómo se distribuye y transporta.

Una bolsita de patatas fritas convencional supone 75 gramos de CO2, derivado del uso de maquinaria agrícola, consumo energético, fabricación de alimento, embalaje... “Para seguir consumiendo como hasta ahora, España necesitaría 2,4 planetas como el nuestro, mientras que EEUU, cuatro. Si subsiste el planeta es porque hay otros países que están por debajo de lo que necesitan”, señala Dolores Raigón. Frente a este panorama, la catedrática destaca la responsabilidad de “dónde compramos los alimentos”.