Los exportadores de cítricos alertan de que el fin del alejamiento de colmenas atraerá en masa a apicultores foráneos y provocará otra pinyolà “histórica”
Tras casi tres décadas, la primavera de 2022 podría ser la primera en permitir asentamientos apícolas en las inmediaciones de plantaciones de cítricos. Parte del sector viene negociando, con el beneplácito de la Conselleria de Agricultura y a espaldas del Comité de Gestión de Cítricos (CGC), una ‘Propuesta de medidas transitorias para limitar la polinización cruzada’ alternativa a la actual regulación.
Este documento plantea acabar con la obligación de alejar, al menos a 4 km, las colmenas de cualquier explotación de cítricos mientras sus árboles estén en flor. El CGC advierte que la floración de este año viene adelantada, que habrá un importante solapamiento de las floraciones entre las variedades híbridas y las clementinas y que, de no mantenerse las restricciones, es muy probable que en la próxima campaña se provocará una ‘pinyolà’ histórica. En tales condiciones, la presencia generalizada de semillas en los frutos afectaría fundamentalmente al grupo de clementinas, la producción más estratégica para la citricultura valenciana, que cada campaña se sitúa entre las 750.000 y el 1,2 millones de toneladas pero también a las propias mandarinas híbridas, que suman otro medio millón de toneladas más, la mayoría de las cuales suelen tener las mejores cotizaciones. En conjunto, el CGC estima que la liberalización de la actividad apícola durante la floración pondría en peligro una producción cuyo comercio exterior genera 1.500 millones de euros.
La inmensa ‘eclosión floral’ que, en breve, se dará en las 160.000 hectáreas de cítricos valencianas, ahora sin las limitaciones para el asentamientos de colmenas, no sólo sería aprovechada por los apicultores valencianos sino que atraería en masa a los de otras regiones también trashumantes, como la andaluza o la extremeña. La entrada sin control de tantos miles de colmenas, necesitadas por las consecuencias de la sequía de reactivar sus poblaciones gracias al néctar producido por una concentración tan grande de árboles en flor, tendría efectos difícilmente mesurables. De ahí que, ante el riesgo inminente de que esto suceda, el CGC sea partidario de renovar el acuerdo de 2021 de alejamiento de colmenas para, con posterioridad, sentarse a conversar con el conjunto del sector las alternativas para una mejor convivencia entre apicultores y citricultores. De no mediar una solución planificada, que parta de la aceptación por parte de los apicultores de que su actividad debe estar regulada, que sus colmenas estén cuantificadas y todas geolocalizadas con un chip, los problemas se multiplicarán. El CGC advierte que, en tal situación, se dispararían los incidentes por picaduras o reacciones alérgicas entre los agricultores, los recolectores, los podadores cuando no entre los propios residentes tantas veces vecinos de las plantaciones citrícolas y ahora también de decenas o cientos de colmenas.
“Las abejas melíferas son ganado que se alimenta, que pace en campos ajenos. No podemos plantear una posible mejor convivencia partiendo de que hay que dar una solución al problema de los apicultores, cuando los principales damnificados por su actividad somos nosotros y cuando la repercusión económica de unos y otros no resiste ninguna comparación”, plantea la presidenta del CGC, Inmaculada Sanfeliu.
La asociación de exportadores privados, cuyos asociados también son productores en una importante porción de la superficie citrícola valenciana, alerta también que los daños reputacionales y comerciales indirectos para la citricultura serían incluso mayores que los directamente causados por la presencia de pepitas. “Las clementinas son nuestra mejor arma, el motor de nuestro comercio, el cultivo que nos permite entrar en los mercados y defender la cuota de las naranjas porque es el que mejor se adapta a la demanda moderna por sus propiedades organolépticas, versatilidad en las formas de consumo, fácil pelado, así como por su adaptación al público de todas las edades, especialmente a los niños”, matiza a este respecto Sanfeliu. La ausencia de semillas en los frutos es, de hecho, un requisito de calidad que exigen las cadenas de la distribución que, si no se cumple, conlleva una seria depreciación del producto. Si la oferta española de clementinas –hasta ahora sin semillas- pasara a padecerlas es evidente que se dará una rápida sustitución por la de otras procedencias que, como la de Marruecos, sí garantizan que su producción es ‘seedless’. “La presencia de pepitas no sólo hundirá los precios sino que perderemos rápidamente cuota de mercado en Europa. Corregir el error, pongamos por caso de un año, podría costarnos varias campañas en las que se resentirían los ingresos de miles de citricultores”. Conociendo de antemano todo ello, el CGC se pregunta si las asociaciones agrarias que están promoviendo ahora este giro cuentan con el respaldo de sus asociados, citricultores en su mayoría.
El CGC señala, por último, que los argumentos de los apicultores parten de dos falacias o medias verdades: que la Comunitat es el único lugar del mundo donde se restringe su actividad y que sus abejas son agentes medioambientales clave. En cuanto a lo primero, la región valenciana no es la única que impone el alejamiento de colmenas, en otras muchas autonomías españolas y municipios existen diferentes regulaciones y ordenanzas en materia de distancias, tasas, condicionantes ambientales y otro tipo de requisitos. En el Estado de California (EEUU), que se suele usar como ejemplo de convivencia entre apicultores y agricultores, también se exige en todos los condados citrícolas una distancia mínima en época de floración y es más, se impone que todas las colmenas estén geolocalizadas. En cuanto a los segundo, resulta también cuestionable, y así lo reflejan diversos estudios algunos publicados en revistas científicas tan prestigiosas como Nature, que las abejas melíferas –más aún en concentraciones tan elevadas como las que se daría en la Comunitat- no desplacen y compitan con el resto de polinizadores y acaben menguando la población de abejas silvestres. Y son éstas, no tanto las melíferas, las que más están sufriendo un dramático descenso en su población, lo que sí supone una amenaza real para el ecosistema.